Masculinidades en cuarentena. El cadalso del superhéroe

Los varones fuimos criados para sostener las columnas de la casa, como Hércules, a andar por la vida sin temor, sin enfermarnos, igual que Súperman. No podemos pedir ayuda porque nos muestra «vulnerables»… Y eso, «es cosa de mujeres, putos y niños» (aprendimos). Esos varones que vemos en las redes, los «más machos», que transgreden el aislamiento, con una gran dosis de irresponsabilidad social, esconden la verdadera criptonita, una larga lista de debilidades: una crianza represora de las emociones, la provocación al peligro para reforzar la idea de “masculinidad”, la incapacidad de admitir que todos necesitamos que nos cuiden, en definitiva, la fantasía del superhéroe. Por Martín Azcurra

Un joven surfista, que además es blanco y rico, cruza alegre la frontera con su tabla; un camionero lame el espejo retrovisor y amenaza con tosernos en la cara; unos ciclistas chilenos cruzan la cordillera y gritan “chúpame la pija coronavirus”; un influencer antiderechos se queja de que el Estado lo obligue a quedarse en casa; un empleado refriega su mano por su cara y luego por los panes de pancho que avanzan por la línea antes de ser envasados; una larga cola de tipos a la salida del supermercado; etc.

Lejos de ser una acción de rebeldía, la tendencia de algunos varones, los «más machos», a transgredir el aislamiento con una gran dosis de irresponsabilidad social, esconde una larga lista de debilidades: la fantasía del superhéroe, una crianza represora de las emociones, la provocación al peligro para reforzar la idea de “masculinidad”, la incapacidad de admitir que todos necesitamos que nos cuiden y, por lo tanto, de pedir ayuda… En tiempos de pandemia, esta falta de autocuidado expone al otro a su mismo peligro, con un enorme grado de irresponsabilidad. La violencia que «el macho» ejerce contra las mujeres y niños, proviene en gran parte de esa vulnerabilidad que intenta reprimir o destruir, del miedo a dejar salir su lado «infantil y femenino».

Pero más allá de estos casos aislados, existe una tendencia general a evitar el autocuidado que nos afecta al conjunto de los varones, y que sale más a la luz en este momento histórico.

Históricamente, los varones hemos sido criados (por nuestras familias y por la sociedad) para sostener las columnas de la casa, como Hércules, a andar por la vida sin temor (“el miedo es de mujeres, niños y putos”), sin enfermarnos, como Súperman. No podemos pedir ayuda, porque “estamos listos para defender el hogar”. ¿Cómo vamos a mostrarnos caídos? ¡Van a dudar de nuestra capacidad de lucha en la vida!

Sin embargo, desde niños, esa fortaleza se fue construyendo hacia la competencia y no para reforzar la solidaridad. Nos enseñaron a controlar las emociones para ser más competitivos. No es una fortaleza que pueda ser empleada para asistir al débil, ya que todas las tareas de cuidado están a cargo de la mujer. Porque eso… ¡también es de flojos! Los varones somos los centinelas, los guardianes… ¿de qué? Solo de nuestros privilegios, y del cuerpo de nuestras hijas y esposas. Nos criaron para “Ser EL mejor”, para ser fuertes y viriles, para ser admirados y lograr así la mejor descendencia, que a su vez pudiera competir con nuestros pares y continuar el linaje… En definitiva, somos espermatozoides sin emociones.

Pero ese “vigor” es lo que nos hace sentir “varones”, que significa valiente y salvaje, en oposición a la mujer: blandura. Según esto, el cuidado y el auto cuidado son una demostración de eso, de blandura. Lo masculino se construye inhibiendo lo supuestamente femenino que llevamos dentro. No solo lo inhibimos: lo asfixiamos, lo mutilamos, lo odiamos; exactamente lo mismo que hace nuestro género con las mujeres.

Pero ese “aparente súper poder” es, en realidad, nuestra mayor debilidad, nuestra criptonita. El miedo es una capacidad de cualquier ser vivo para activar el sistema de defensa o supervivencia ante un peligro. Al anularlo, quedamos expuestos a todo, sin respuesta.

Ahora nuestro escape es el trabajo, que se transforma en adicción y constituye uno de nuestros mayores peligros. El trabajo nos sirve para cumplir un rol útil, repetitivo, lejos de la esfera personal-familar, donde no tenemos que mostrar o esconder lo que nos pasa. Ni siquiera el stress nos puede hacer parar. Focalizamos tanto que descuidamos otros aspectos de nuestra vida o los reemplazamos con otras obsesiones como el fanatismo en el fútbol, el coleccionismo compulsivo, y los hobbies que nos ocupan todo el tiempo, y no nos permiten disfrutar de nuestras hijas e hijos.

Ese «no decir», en todo cuerpo vivo, es un peligro latente en sí mismo. Vamos por la vida de accidente en accidente (conductas suicidas al volante). Incluso, para hacerlo más masculino, lo desafiamos permanentemente. “El peligro me chupa la pija”. Y lo peor, vamos por la vida escondiendo síntomas. “No es nada”, decimos.

No es ninguna novedad que las mujeres tienen mayor esperanza de vida en todo el mundo, y que la mayor causa de muerte de los varones son las lesiones.

Cuando llegamos a viejos, tenemos un sinfín de enfermedades y complicaciones, no solo por no habernos atendido a tiempo, sino también porque la represión de las emociones nos fue carcomiendo por dentro, hemos caído en adicciones (al alcohol, al trabajo), traumas, depresión o simplemente enfermándonos más. El hombre llega más rápido a su propia muerte. O, peor aún, llega más machacado a la vejez, completamente necesitado de ayuda, avergonzado.

Desde niños, nos enseñaron a tapar todo, a no mostrar nuestro dolor, a no expresar un sentimiento, y mucho menos elaborarlo. Cuántas veces nos dijeron: “¡Levantate del piso y dejá de llorar como un maricón!”. Mostrar nuestro interior nos deja desnudos ante “la burla del otro”. La desnudez, nuestra vergüenza, nuestro miedo. Preferimos culpar a otros, antes que admitir nuestra responsabilidad en lo que nos pasa. Mientras las y los débiles llevan “la culpa” como insignia, lo nuestro es un gran Ego moribundo que camina por el patíbulo.

Hoy, en esta cuarentena, los hombres bien machos nos desnudamos ante nuestra familia. No tenemos el escape que tuvimos siempre. El intendente de Nogoyá, Entre Ríos, lo dijo muy claro en conferencia de prensa: “Sé que no es fácil estar conviviendo todos los días con tu señora, con los hijos, porque cansa la situación, pero no, estemos”.

Y de repente, ahí estamos, compartimos las tareas del hogar, jugamos con nuestras hijas, cantamos, aplaudimos sus travesuras, nos animamos a angustiarnos, a llorar, a reír a carcajadas, explotamos cuando nos sacan de control y después pedimos perdón… Y un día tu hijo adolescente te dice “dejá que hoy salgo yo a hacer las compras, así te cuidás”… y de repente te sacás la capa de Superman y te dejás ayudar, y todo el mundo queda patas para arriba.

Se va a caer ¡también para nosotros!

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s